Orígenes de la vocación industrial crespense
El perfil industrial que ha adquirido Crespo en los últimos treinta años no hace más que confirmar la fuerza industriosa de su gente y reivindicar su historia, obviamente desde otra escala y diferente realidad tecnológica. Basta repasar la primera mitad del siglo pasado para encontrar en su comunidad un alto nivel de emprendimiento que llevó a la entonces Villa a ostentar producción industrial y manufacturera, acompañada por importantes talleres capaces de atender las demandas de estas actividades.
Lejos de intentar un ensayo sobre este tema, solo queremos mencionar datos sueltos y desordenados que parecen confluir en un mismo sendero del destino.
Cuando a fines de los años ‘50 Juan Celestino Prediger supo de la demanda de casilleros por parte de los que comercializaban huevos, decidió fabricarlos, pero el taller de Eleuterio Sacks lo hizo posible construyéndole una máquina capaz de cortar y contar cartones para su armado manual. Algunas décadas antes había sucedido lo mismo cuando se instaló una fábrica textil, con máquina pergeñada en el mismo taller, y seguramente se ha repetido en numerosas ocasiones que no han quedado registradas.
La industria mayor de la época, Sagemüller, fundada en 1896, ante la necesidad de reparar o reponer un engranaje contaba con la fundición de Juan Valdamarin, capaz de reproducirlos en todas sus formas, por no mencionar el propio taller de la empresa, donde se llegó a fabricar dos barcazas utilizadas posteriormente para el traslado de harina desde el puerto Diamante al de Buenos Aires.
Durante la primera mitad del siglo XIX no solo se industrializaba el trigo en dos molinos (Sagemüller y Jacob), también se fabricaron telas de cachemir para la confección de trajes; tenían éxito numerosos emprendedores, como Nicola Paoli que en la década del ’20 fabricaba acordeones, flautas de acero, guitarras y mandolinas; fábrica de jabones de Juan Guillerón, fábrica de fideos secos XX de Setiembre de Cittadino Hermanos; Domingo Romano armaba receptores de radio que en poco tiempo lograron gran aceptación en una amplia zona que comenzaba a interesarse en la magia de la radio; producción de jamones de cerdo para su exportación a España (Sagemüller) que podría ser la primera de nuestra historia; fábrica artesanal de zapatos y botas, de la familia Paul, que también llegaron a exportarse a Brasil; la fábrica de paraguas ‘Fox’, de Santiago González; y otras que seguramente escapan a nuestro registro o que no sorprenden por haber sido comunes a todos los pueblos, como la fábrica de mosaicos del arquitecto Nicolás Rapetti. Hasta fines de la década del 50 era famosa también la fábrica de baldes y lebrillos (palanganas grandes) de Federico y Víctor Diel, en Bv. Belgrano y Otto Sagemüller, que sucumbió bajo el aluvión del plástico.
Hasta medicamentos se producían en la farmacia Sanz de esta ciudad, aunque no sabemos con certeza las características y alcances de esta producción.
Hemos mencionado talleres mecánicos y metalúrgicos capaces de resolver las necesidades de los emprendedores, ámbito en el que más acá en el siglo se destacó el genio creativo de Eleuterio Sacks, que hasta automóviles fabricó, o donde Augusto Weinbaur disponía del primer equipo de soldadura eléctrica que se conoció en la provincia, propulsado por un generador propio, y tantos otros.
Alto símbolo
Es evidente que cada necesidad encendía la iniciativa de algún emprendedor, en una localidad que ya entonces ofrecía oportunidades laborales, e incluso trabajo calificado. En esto desempeñó un rol importante el establecimiento industrial fundado por don Otto Sagemüller, proveyendo a la villa de insumos tan indispensables como la electricidad.
Un potente símbolo de aquellos orígenes es el motor que la empresa exhibe actualmente en calle San Martín, un Otto Deutz fabricado en 1927, de 4 cilindros con una cilindrada aproximada de 200 litros, que le permitía desarrollar alrededor de 300 cv de fuerza. Proveía a su industria y generaba un excedente que era distribuido en el pueblo.
Esa oscura y pulimentada máquina en descanso, a la que los transeúntes miran con curiosidad, es un alto símbolo que representa cabalmente el perfil industrial de una ciudad pujante. Se asegura que son muy pocos los motores de estas características que aún se conservan en el mundo. Es evidente que para nuestro país representa algo, y para los crespenses un mensaje icónico que nos llega desde la luminosa profundidad de nuestra historia.
(Por Luis Jacobi)