La historia de dos padres
El muchacho salvajemente asesinado en Segui por ladrones que además han demostrado ser criminales de la peor calaña, se llamaba Julio Trossero, tenía 27 años y unos 15 o más de historia laboral. Era un niño cuando entraba al pueblo en bicicleta a repartir leche que su papá ordeñaba en ese tambo pequeño. Años después su papá murió siendo aún joven y Julio se hizo cargo junto a su madre –Doña Maruca, otra gran luchadora- del tambo donde fabricaban quesos de manera bastante artesanal.
Pocas hectáreas. Pocas lecheras. Pura voluntad y cultura del trabajo.
Gente forjada en una de las labores más duras del campo, el tambo, que no concede domingos ni feriados, no perdona a la hora de la helada o el calor intenso. Gente que oyó a sus padres y abuelos hablar de valores y principios y se los repitieron a sus hijos. Gente que se ahorró muchas palabras pero a las pocas las honró con ejemplos prácticos y cotidianos.
Si el reparto en bici sucediera en 2017 o mucho antes, su padre debería comparecer ante la justicia para explicar por qué hace trabajar a su hijo adolescente -en la labor menos exigente de su actividad-, y quizás sería duramente sancionado y cuestionado públicamente por eso. No faltarían organizaciones para repudiarlo con gritos y pancartas en la plaza pública por esa causa; que son imprescindibles, por supuesto, cuando no se politizan y se radicalizan al punto de no entender razones ni excepciones. Para explicarnos mejor: No son las mismas organizaciones las que hoy reclaman por la desaparición de Maldonado y ayer callaron, que aquellas que ayer reclamaron por la desaparición de López y hoy callan.
Ojalá nunca un chico tuviera que trabajar, pero según hemos podido saber, Julio lo hizo en amor y armonía con sus padres cuando buscaban salir de la pobreza, que formaron el carácter de un hijo ejemplar y de eso dan fe tantos que lo conocieron.
A la historia del otro padre todavía no la conocemos, solo podemos imaginarla y eso implica la posibilidad del error. O quizás ni siquiera exista, en esta sociedad de padres ausentes. Porque en otra parte, probablemente muy cerca de los Trossero, otros padres criaron a los suyos con la idea de que a los cachorros hay que criarlos sin responsabilidad alguna, darles la razón en todo, no fastidiarlos con obligaciones, ni horarios, ni consejos que a la luz de la nueva cultura parecen anacrónicos, ni ejemplos buenos. Perdón pero no podemos imaginarnos de otra forma a los padres de los chacales que destrozaron a golpes el cráneo de Julio solo porque había cobrado unos pesos de su duro trabajo, para pagar cuentas y seguir tirando. Por nada le quitaron la joven vida a un ser que supo dar hasta después de su muerte cerebral, cuando sus órganos donados prolongaron la vida de otras personas. ¡Qué contraste tan abismal!
La mayoría de los derechos civiles están del lado de los otros padres, los que dejan a sus hijos a la buena de Dios. Quizás esa fue la situación de los dos que asesinaron cruelmente por unos pesos a Julito y que, si son menores, pueden quedarse tranquilos porque están protegidos por la ley, suerte que no tiene doña Maruca, que perdió a su hijo y en soledad no podrá seguir manteniendo ese único sustento que es la fábrica artesanal de queso parmesano.
Perdón una vez más, por prejuzgar. No es bueno opinar bajo fuerte influencia emocional. Un periodista no debe permitirse esa licencia, pero la emoción no se corre de lugar a pesar de las horas transcurridas.
(Por Luis E. Jacobi)