La cosmetología vista por alguien que vivió su evolución de medio siglo
Nos hemos reservado el nombre de “El Fígaro” Rodolfo Buldra para una nota posterior y más extensa, en rescate de la memoria de aquel hombre que vivió una vida muy particular a comienzos del Siglo XIX, pero fue inevitable evocarlo en esta entrevista, por cuanto marcó profundamente la vida de sus hijos “Quique” y “Dorita”. Esta última, nuestra entrevistada, trabajó con él y continuó lo que aquel inmigrante checo había comenzado junto a su esposa.
De todos modos, en esta oportunidad ponemos el foco en la carrera profesional de una mujer que a su joven edad peinó a doña Silvia Martorell, en ese momento esposa del Presidente en ejercicio Dr. Arturo Humberto Illía.
Nuestra entrevistada nos relata un dato conocido por las generaciones mayores, de cuando comenzó a usarse champú en reemplazo del jabón para lavar el cabello, allá por 1960. Entonces don Rodolfo, que había estudiado peluquería (lo que hoy se llamaría coiffeur) en su República Checa natal, recurrió a los libros de química que trajo consigo al migrar a nuestro país y se puso a fabricar los champúes y cremas acondicionadoras y de tratamientos, poniéndoles fragancias de coco y almendras.
–¿Nunca se le ocurrió a tu papá comercializar en mayor escala esos productos?
_No, él no era una persona interesada en la plata, le importaba solamente su peluquería y tenía mucha pasión por esas cosas. Tenía sus libros de química que había traído de Europa y disfrutaba haciendo esas cosas, pero con eso le bastaba.
–Don Rodolfo llegó al país cuando comenzó la Primera Guerra Mundial y ya venía con oficio, ¿no es así?
_ Si, él vino acá como peluquero, su madre le había pagado el estudio. Acá se casó con mi mamá y ella trabajaba en la casa, cosía, hasta que le propuso a mamá que estudiara peluquería y trabajaran juntos porque había cada vez más trabajo. Ella hizo un curso en Rosario y se sumó a la peluquería.
–Prácticamente naciste entre peines y tijeras…
_Yo nací ahí. Desde muy chiquita tenía un banquito, que lo tengo porque mamá antes de morir le puso un cartelito donde decía que ese era mi banquito en la peluquería. Yo era muy chica, flaquita, y me paraba ahí arriba para alcanzarles las cosas a papá y mamá. Y tengo clientes que viven todavía y me dicen ‘yo no me olvido nunca de eso, tu guardapolvito hacía ruido de almidonado que estaba cuando te movías ayudando a papá y mamá; porque antes se usaban en la peluquería ultrablancos y almidonados’.
–¿Fuiste primero peluquera o maquilladora?
_Fui peluquera, hasta que un día nos sentamos a charlar con papá y mamá y dijimos que tendríamos que agregarle algo más a la peluquería. Le digo a papá: “sabés que lo que a mí tanto me gusta es la cosmética. Arreglar a las personas, mejorarles la piel, las manos, las uñas. Hay mujeres tan lindas en nuestro Crespo, en nuestros campos de alrededor, pero tan descuidadas”. Bueno, dijo él, vamos a juntar unos pesos y te vamos a llevar a Buenos Aires a hacer un curso.
— A Buenos Aires.
_Si, imagínate en esos tiempos, ¡oooh! (risas) Ellos buscaron el mejor centro de cosmiatría, un lugar donde vivir, y ahí me quedé. No eran cursos muy extensos.
— ¿Ya tenías algún conocimiento o experiencia?
_Si, claro, y más con los libros de papá y yo me los “comía” a esos libros de belleza que él había traído.
–¿Cómo fue ofrecer maquillajes y tratamientos para la piel en la vieja Villa Crespo?
_Fue muy difícil, muy difícil el comienzo. Nunca me faltó trabajo, siempre trabajé muy bien, pero muy difícil. Nuestra colonia era muy cerrada así que a las mujeres que yo podía atender no eran muy libres de decir me voy a atender con Dorita, o voy a usar tal crema, porque era entendido como un lujo. También había como una envidia entre las mujeres y cada una guardaba su secretito, si yo les hacía tomar mucha agua, si les recomendaba una crema apropiada para su piel. Yo siempre fui de armonizar cada piel, no me interesaba la plata, la venta masiva, me interesaba que la mujer se cuidara, no para el presente sino para el futuro. Tanto el cabello como la piel es todo a futuro, no solo para hoy. Y la industria del cosmético evoluciona mucho. Hoy sigo haciendo cursos de actualización, no porque hago tratamientos sino para asesorar a mis clientas en el negocio.
–No hay más unas pocas cremas para todo tipo de piel sino que hoy son más específicas ¿no?
_Pero claro, por eso, aunque ya no ejerzo, sigo haciendo los cursos para seguir asesorando sobre lo que le conviene a cada una. Hay que observar, ver la piel y el cabello de cada uno, qué vida lleva, qué medicamentos toma, si anda mucho en moto o bicicleta, si toma mucha agua, si trabaja a la intemperie en el campo… porque todo influye.
–¿El agua juega mucho en la calidad de piel?
_Es fundamental para la piel, el cabello, para su sistema interior… Siempre les recomiendo: ‘provóquense’, tengan una botella cerca, donde la vean, para obligarse a tomar mucha agua.
–Sin dudas, antes de los años 70 y hasta más acá, has trabajado en una cultura muy diferente a la actual. No olvidemos hablar del machismo. El hombre elogiaba a la mujer que no gastaba plata en cosméticos. En 1960 Willy Cafaro cantaba: “Quiero una chica de Marte que sea sincera, que no se pinte, ni fume, ni sepa siquiera lo que es rock and roll”
_Pero claro, era difícil contra eso, pero se trabajaba bien en lo que era limpieza de cutis y máscaras de hidratación, muy poco en maquillaje. Ahora se trabaja mucho en maquillaje y ese servicio incluso ya está en las peluquerías.
–Tu trabajo estuvo siempre atado a modas muy rígidas o se podía crear libremente.
_Había modas, pero todo iba de acuerdo a la personalidad de quien se arreglaba. Hubo épocas preciosas, de los batidos por ejemplo, que cuanto más altos, más lindos eran. Compartimos mucho de eso con Myrtha Wiliezko, que también tenía peluquería en la ciudad. Papá y mamá me daban más a mí la parte de peinados y cortes y ellos se ocupaban de coloraciones y permanentes. Cuando empezó el auge tan grande de los peinados, cuando había algún evento como la Fiesta de la Avicultura, empezábamos con Myrtha y seguramente otras colegas hacían lo mismo, a trabajar a las dos o tres de la madrugada y trabajábamos hasta la noche para peinarlas a todas. Era impresionante lo que trabajábamos.
–Esperá, ¿había mujeres que se peinaban a las dos o tres de la mañana para estar bien peinadas a la noche?
_Por supuesto, ni se acostaban, y esos peinados duraban hasta la otra semana. Se ponían una almohada acá (señala el cuello) para que el peinado no tocara la almohada y lo hacían durar.
–¡Pero llegaban a la fiesta con una cara de sueño que no se arreglaba con nada!
_(Risas) Sí, pero iban arregladas.
–Creo que estamos hablando de los años 70 ¿no es así?
_Si eso pasaba al principio de la década del ’70 cuando se usaban esos peinados duros que no se desarmaban con nada. No se movía un pelo.
–Es interesante repasar esas historias y recordar también que les podía tocar un tierral en la calle cuando pasaban vehículos, y el peinado no se podía repasar con un peine o cepillo. Pero tengo otra pregunta para la época; los polvos para la cara y las cremas, creo, que no eran muchas; dame algunas marcas.
_Y no, las marcas eran muy limitadas. En las casas de familia no faltaba un polvo de Angel Face, un lápiz labial Cutex y también el esmalte de esa marca, la crema Pons que todavía existe…
–¿Para qué servía la crema Pons, que siendo chicos veíamos en casa?
–Las cremas Pons eran sagradas en la casa de alguien que se cuidaba un poco; la crema de limpieza, la humectante y la nutritiva. Se humectaba y se nutría por la noche. Nos faltó mencionar el infaltable colorete, para darles un poco de color a las mejillas; lo que hoy se le llama rubor.
–Después vinieron esos lápices para ponerle color a los párpados hasta las cejas ¿no?
_Claro, vino la moda de delinear las pestañas, las sombras, después fue cambiando y vinieron los rubores. No, no, no, la cosmética ha cambiado mucho y cambia continuamente. Los que trabajamos en esto tenemos que actualizarnos continuamente, porque salen productos nuevos, se incorporan componentes nuevos… colágenos, ácido hialurónico, células madre, la vitamina E. Una cosa para cada tipo de piel, que en nuestra zona hace tanta falta por las pieles claras y migración europea. Acá hay que poner mucho cuidado porque son pieles delicadas, incluso hay que estar atento porque muchas personas rubias tienen problemas de Rosácea, que puede terminar en cáncer de piel.
–¿Cómo se detecta la Rosácea?
_Empieza como una mancha, se van dilatando las venitas y se va extendiendo, se forman las machas azules en la cara…
–¿Es lo que aparece generalmente en la nariz?
_En la nariz las mujeres, también en el mentón; en el hombre en las orejas, por eso se le recomienda tanto al hombre de campo, o a los que trabajan en la construcción, que usen pantalla (crema protectora). Hoy el hombre de campo usa pantalla de 70 y 80. Es que hay mucho cáncer de piel y hay que protegerse cada vez más.
–Te escucho hablar de ácido hialurónico y colágenos, lo cual suena a quirófano. ¿Viene incorporado a las cremas?
_Claro, la mujer lo usa en su propia casa en forma de cremas, por eso necesitamos capacitarnos cada vez más para asesorarlas. Además hay cremas para distintas edades.
–¿El colágeno es el mismo que se inyecta bajo la piel?
_A eso lo hacen los médicos esteticistas, pero en cosmética hay productos que lo contienen y son muy buenos. Pasa que el cuidado diario es la base de una buena piel. No sirve de mucho ir al consultorio del esteticista si durante el mes no hacemos nada por la piel, que se ve afectada por todo, el sol, las luces fluorescentes, la irradiación de los celulares, y ni hablar de las pantallas de las computadoras. Pero hay protectores para eso y cada vez mejores porque ahora se puede importar productos muy buenos, lo mismo que los perfumes.
–¿El cosmetólogo está en condiciones de detectar una mancha peligrosa en la piel?
_Si por supuesto, un lunar peligroso también y si lo vemos tenemos que derivarlo al dermatólogo. Y hay cada vez más problemas de ese tipo.
–En otros tiempos usábamos factor 20, 30… ahora usamos factores mucho más altos, ¿cambió el sol o cambiamos nosotros?
_Nosotros hemos tomado más conciencia, también el sol cambió un poco pero es necesario para la Vitamina D en el organismo, pero para eso es suficiente con 15 minutos diarios al sol.
El bazar de la belleza perpetua
Dorita nos habló de nuevas tendencias, del y eau de parfum mujeres y desde el año pasado sale también el eau de parfum hombres, que al parecer incluye productos que acentúan los aromas mucho más que el clásico eau de toilette. También sobre cómo se elabora un perfume, por qué definen una personalidad y por qué hay perfumes apropiados para la mañana, la tarde y la noche, tanto para hombres como para mujeres.
Sus años de experiencia la formaron para el diagnóstico visual, “mi cliente entra y con mirarlo ya me doy cuenta si está mejor o no después de lo que le recomendé”. (Más tarde le haría una observación al entrevistador, sobre su cabello o lo que le queda de él, con ciento por ciento de acierto).
En el extenso diálogo nos instruye sobre el modo de elegir un perfume: “Todos los perfumes tienen tres fases: entrada, corazón y salida. Siempre tenés que manejarte con el corazón del perfume, es decir aplicártelo, dejarlo un ratito y después olerlo”. Nos habla de las pieles y sus Ph, de almizcles, madera, incienso, pomelo rosa… que los fijadores de los perfumes son espermas de ballenas y es lo que hace más perdurable el perfume en la piel. Nos sorprende también comentando que la japonesa Kenzo, que se maneja mucho con flores, para hacer 800 mililitros de esencia necesita 10 mil toneladas de pétalos de flores (lotus, duraznero y tulipán).
Nos ponemos de acuerdo en cuanto a que la persona no se arregla para los demás sino para sentirse bien. “Uno se arregla para uno mismo, pero además es bueno estar presentables para otras personas, sobre todo cuando salimos a trabajar, por eso digo que la mujer tiene la obligación de arreglarse”.
Su viaje a Praga para conocer la tumba de su abuela desconocida, su padre que no quiso viajar porque para él su país es éste que lo recibió muy bien y donde está su familia, son temas hablados que no cupieron en el papel, más los que no alcanzamos a hablar en dos horas de entrevista.
–¿Qué significa para vos la cosmética y vivir entre los aromas?
_Es mi felicidad. No me interesa lucrar, por supuesto que tengo que vivir, pero aconsejo lo que el cliente necesita, no lo que me conviene venderle.
–¿Cómo es eso de que la maquillaste o peinaste a Silvia Martorel, la esposa del Presidente Illía, en 1964?
_Fue en la Primera Fiesta de la Avicultura. Cuando iba a venir el Presidente a Crespo, como no había hotel en ese época como para alojar a un Presidente, había que acondicionar una casa, ¿y cuál casa?, la de don Pancho Sagemüller, que tenía en calle San Martín (donde años después también permanecería durante una hora el Presidente Menem. N de R), hizo arreglar una habitación para ella, y yo tenía la obligación de peinarla, arreglarla y maquillarla. ¡Y ese día llovió tanto, tanto, tanto, que me costó muchísimo arreglar ese recogido con rodete, que debía ser alto!
–Alta responsabilidad la tuya.
_Si, le habían pedido ese trabajo a mamá, pero ella me dijo esa es tu obligación, y allá fui. Vos sabés cómo comportarte con una presidenta y cómo hacer tu trabajo bien.
–¿Cómo te impresionó la señora?
_Excelente persona, humilde, sencilla, excelente.
–¿Tuviste oportunidad de saludarlo a don Arturo?
_No, él andaba en otras cosas, otros lugares de la ciudad y yo estuve abocada a ella. Ese día se hizo un acto a una cuadra de ahí, en La Agrícola Regional.
Quien es
Dorita Buldra, cuyo nombre de pila es María Dorotea, nació en Crespo y es hija de Rodolfo Buldra, conocido como ‘El Fígaro’, nacido en Podebrady, pequeño pueblo cercano a Praga (capital de la República Checa), y de María Hujo, argentina nacida en Rosario, descendiente de alemanes del Volga.
Casada con Marcelo Winderholler, tuvieron cuatro hijas: Marcela, Andrea (fallecida), Lorena y Leonor.
Su infancia transcurrió en la peluquería de sus padres, radicados en Crespo desde muy jóvenes, y el amor por aquel trabajo y posteriormente por la cosmética marcó su vida laboral. Continúa junto a su esposo Marcelo atendiendo a clientes y amigos en ‘DoriMar’, su comercio de calle Moreno, donde Dorita ya no maquilla pero asesora, entre una enorme variedad de productos específicos.