El dilema de doña Cecilia
** Cecilia, la señora que vivía en la cuadra de Celso –un gurí al que íbamos a visitar durante las siestas del verano porque nos prestaba la bici y además en su casa había un árbol frondoso de nísperos–, nos llamó un día para pedirnos un favor que sobornaría con un puñado de caramelos de anís.
Nos explicó en breves términos, la señora Cecilia, que no aguantaba más unos gatos que se han aquerenciado sobre su techo y la molestan a toda hora, mientras se están multiplicando y cuando se han multiplicado y crecen. ‘¡Se arman unos tole-tole ahí arriba que me tienen podrida!’, creo haber escuchado cuando fundamentó su pedido.
** Se trataba de treparnos al techo por unos tapiales que hacían muy fácil la acción y darles un buen escarmiento a los irrespetuosos felinos. Adrenalina pura para gurises que no teníamos otra expectativa de aventura que marchar de a tres y cuesta abajo en la bicicleta.
** Subió Marcelo y nosotros por detrás. No sabíamos a qué pero ya se nos ocurriría algo para sacarles las mañas a los roñosos. Cuando Marcelo se asomó al techo puso cara de asombro, miró a la dueña de casa que se había quedado en el patio supervisando el operativo, y le dijo: ¡Pero… doña Cecilia, acá arriba hay una cubeta con agua y se ven restos de comida en una lata!
–Sí, querido -respondió Cecilia-, a mí me vuelven loca pero una tiene humanidad; siempre les pongo algo de comer y agua.
** “Pero igual, ¿ustedes no me los pueden correr a escobazos?”, insistió la buena señora, ignorando que en esta Argentina sin obligaciones, hasta los gatos tienen derechos y están protegidos por organizaciones de defensa de los animales, que si los escuchan maullar con desesperación, vendrán, y ella podría terminar presa, acusada por falta de humanidad.
** “¿Ahá, y mis derechos a vivir en paz?”, querrá argumentar doña Cecilia. Es como para responderle que no sea tan desubicada, que en la Argentina los derechos del hombre terminan donde otro cree tener mayores derechos. Es decir, donde otro hombre o mujer –o gatos- gritan más fuerte.
¿Y la moraleja?
** No hay moraleja porque el cuadro de doña Cecilia y los gatos cimarrones es tan obvio que se explica en sí mismo. A esos gatos les estaba dando muy buen resultado meter barullo sobre el zinc de la casa, porque se aseguraban el sustento fácil. Quizás si Cecilia no se hubiese comportado con tanta generosidad, se irían de allí a cazar algo para satisfacer sus necesidades. En cambio esta actitud de la doña hará que también otros gatos, y otros más, se vayan aproximando al techo a medida que conozcan que ahí se vive “de arriba” y sin esa molesta incomodidad de hacer esfuerzos.
** Pero ella estaba en una trampa sin salida. Si llamaba a la policía, a los municipales, a los escarmentadores de gatos molestos, a los X-Men, el Capitán América, o su villano favorito, el resultado siempre sería el mismo. Ellos le responderán: “Señora, podemos tratar de persuadirlos, pero no tocarlos. Si tocamos a uno y éste se mete un arañazo en la cara para decir que se lo hicimos nosotros, perdemos el laburo y vamos en cana”.
No por pan sino por la panadería
** Cualquier analogía con lo que sucede diariamente en el micro centro cívico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es porque así estamos. Todos los días, salvo sábados, domingos y feriados cuando los señores piqueteros descansan de su descanso, grupos organizados (y qué bien organizados) de protesta desfilan por Casa de Gobierno, no para reclamar comida, ni trabajo, sino subsidios, obra social, seguro de desempleo, fondos para organizar un sindicato, bonos de fin de año…
** Gente que no arruga ante nada. Usted puede parar frente a ellos con un camión y empezar a descargar palas, y ni así se achican. Se agrandan y atacan. Mientras unos se ocuparán de agredir a los irrespetuosos que bajan palas frente a sus ojos, los otros harán declaraciones a la prensa o escribirán una proclama avisando que doblarán la apuesta (duplicar la quema de cubiertas y la cantidad de proyectiles contra los uniformados) porque lo consideran una provocación, o por lo menos una insinuación obscena que ofende su sensibilidad.
Para pedir, que sea en grande
** Las llamadas organizaciones sociales de estas características (separemos la paja del trigo porque bajo esta denominación también hay decenas de miles de Organizaciones de la Sociedad Civil –OSC- con fines altruistas en el país), salen a pedir impidiendo en la calle la circulación de los que trabajan para sostener el sistema, y cuando les dan algo lo consideran una conquista que los incentiva para volver a salir con pancartas muy prolijamente pintadas anunciando: Venimos por más. Paso a paso, cada vez más.
** No habría que extrañarse si agregan a sus demandas, por ejemplo, una docena de colectivos nuevos para desplazarse con más comodidad, con 90 choferes a cargo del Estado. Mínimo un titular, un suplente, el segundo suplente por si el primero se resfría, cantidad que debe ser multiplicada por tres turnos, porque si el piquete dura hasta más allá del horario de turno de un grupo, tienen que hacerse cargo los del turno siguiente de llevarlos de regreso a casa.
** Ahí ya tendríamos 90 choferes, para los 10 coches, más mecánicos (aunque luego tercerizamos a talleres externos), personal de mantenimiento, una importante cantidad de administradores (los que anotan a quién le toca manejar), encargados de suministros (hay que comprar gasoil, yerba, azúcar, facturas, repuestos cada vez que alguien rompe el coche nuevo para no tener que manejar durante algunos días, etcétera.)
Si eso no es crear trabajo el trabajo dónde está.
Macri y los gatos piqueteros
** Darles lo que piden, tal como lo piden –y Macri lo está haciendo-, es institucionalizar el piqueterismo y perpetuarlo, convirtiéndolo en una novedosa forma de negocios. Cuando una organización recibe decenas o cientos de millones al año sus miembros ya no necesitan trabajo, les basta con mantener activa y bien aceitada la máquina del chantaje y administrar las utilidades producto del subsidio indefinido.
** Obviamente, los desocupados de las provincias nada recibirán de esto, que termina beneficiando a los grupos del “círculo rojo” piqueteril, cercano a los puntos de convocatoria.
En cada caso, una vez transcurridos unos meses los subsidios se convierten en un derecho adquirido. Nadie se atrevería a negarlos. Y quienes lo reciben nunca tendrán necesidad de presentarse en la oficina de personal de una industria, una clínica, supermercado, empresa de construcciones, o lo que sea.
Los gobiernos; gobierne quien gobierne; se convierten en sus rehenes.
** Todo lo que se les otorgue a los grupos piqueteros se convertirá en un derecho al que jamás renunciarán. No son tan fáciles como los gatos, que salen a buscar recursos propios el día que un protector o protectora les retira la cubeta. A ellos se les teme. Los que vienen como fuerza de choque, provocan, buscando el efecto ataque en defensa propia.
Les basta con amenazar con un saqueo a supermercados para obtener más de lo que pensaban pedir. Y se reproducen. El gobierno calma a cien, otros trescientos ven que la presión piquetera garpa y forman nuevos grupos.
Fuegos perpetuos
** ¿Hay argentinos sin trabajo? Si, el 9,3% de la masa económicamente activa, según el Indec. ¿Todos buscan trabajo? El 3,5% demanda trabajo, según la misma fuente. ¿Hay pobres en nuestro país? ¡Pufff! El 32,2% está en esa situación y de ellos el 6,3% en estado de indigencia.
¿Cuántos de esos pobres, indigentes y desocupados militan en las organizaciones piqueteras? Seguramente una minoría procedente del conurbano bonaerense.
** ¿Está mal querer vivir mejor o nutrirse bien? Definitivamente no. Aquí hablamos, por si no estuviera claro, de organizaciones politizadas que basan su protesta en reclamos legítimos aunque no sabemos si tienen la legítima representación de todos los pobres y desocupados del país, ni cuáles son sus legítimas intenciones.
** ¿Está bien que el gobierno de Macri les otorgue 10 mil millones al año a las organizaciones piqueteras? (algunas no aceptan y quieren seguir militando porque van por el helicóptero y no por la plata). En esto las opiniones seguramente estarán divididas. Lo que hemos dicho aquí es que ningún agua será suficiente para apagar el fuego en Centralia.
** Sujétese del pasamanos que vamos a aterrizar.